domingo, 13 de enero de 2008

La tentación

Las tentaciones están para caer en ellas.
Solo hay que elegir bien en cual caer.
Entre la amplia gama, creo que es importante tener en cuenta que hay varios niveles.
Algunos poco nocivos, como la tentación de robar.
Si necesitamos robar para comer, más que una tentación se convierte en un deber.

Pero hay otras tentaciones más peligrosas. Como la tentación de hacer algo que precisamente no has hecho acto reflejo, y has titubeado porque sabes perfectamente que no debes.
O por lo menos, que es peligroso o que puedes hacer daño.
Como la tentación de apropiarte de algo que no es tuyo y salir corriendo, por ejemplo, apropiarte de un corazón desorientado.

Estas tentaciones son del nivel que preocupa a Satán y a Dios, tanto si habitan en los infiernos y en los cielos, como si son producto de la imaginación.
El premio por no caer o el castigo por hacerlo, será exactamente el mismo.

No hay mal que por bien no venga, ni bien que algún mal no produzca.

Dependiendo de qué nos apetece creer o quien queramos ser, siempre podremos encontrar una palada de cal para mezclar con la arena, una pequeña bondad para poner en la punta de nuestro gran pecado. Es cuestión de habilidad a la hora de otorgar rangos a los hechos y a las cosas.

Como bien dijo Oscar Wilde:

“La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella.”

Aunque más acertado sería decir, dejarte caer o lanzarte a ella.
Una tentación que se pone en tu camino, y que al pasar simplemente “caes” más que una tentación es una anécdota.
Las difíciles (y sabrosas), las que suscitan debate interno, son las que tras valorar los pros y los contras, (a veces sin ahondar demasiado en los contras para que no obstaculice el irrefrenable deseo que tenemos de caer) te llevan a dar ese paso sin retorno, después del cual hagas lo que hagas, habrá una muesca o un digito más en tu contador interno de debilidades.

Ante una tentación, también se pueden tomar otras medidas como cerrar los ojos.
Pero esto solo evitará caer en ellas físicamente y en ese momento, porque independientemente de cómo estén los ojos, se ven perfectamente. Incluso antes de llegar a ellas y después de alejarse…

Se puede uno hacer fuerte ante ellas, y ganar el debate interno. Pero esto requiere estar continuamente alerta.
Además de ser cansado, está el peligro de caer en un descuido.
Ya que al no tener el tema resuelto internamente, una parte tuya quiere caer, y si está muy equilibrada la balanza, cualquier detalle puede hacer que se venga de golpe al lado peligroso (y deseado).
En el caso de la carne, como ejemplo de la mayor de las debilidades, una mirada mantenida, el simple roce intencionado de una mano cercana, un inocente beso que sin el atenuante o la excusa de la despedida, se convierte en culpable, puede desencadenar en tu mente una arrasadora batalla final, en la que triunfe el bando partidario de caer en la tentación.
Aplastando al bando contrario con una rapidez y determinación demoníaca…

Por lo tanto, hay más maneras de esquivar la tentación, pero la única forma de despejarla o hacerla desaparecer, es saber por experiencia propia, qué se siente al incurrir en ese supuesto mal, que no tienes muy claro si lo es y de qué calibre.

A veces restregar un poco el alma contra el pecado, puede servir para aliviar pecados menores o para descubrir ciertos fines, para los cuales merecen la pena ciertos medios.