domingo, 2 de marzo de 2008

Maldita inteligencia

Hace tiempo conocí a un perrito, que un mal día, un grupo de animales de la especie humana, ataron a un árbol cercano a mi casa.
Era pequeño, no tendría más de un año, y al pasar cerca de él, siempre estaba en la misma postura siguiéndome con la mirada. Una mirada triste y deprimida que parecía estar pidiendo perdón por haber hecho algo malo, para sorpresa de él mismo.

Era como el niño pequeño que no comprende qué es lo que ha podido hacer mal, pero que el hecho de estar castigado le hace sospechar que puede que lo merezca, cuando así lo han decidido los mayores o en este caso los inteligentes.

Pasaba el tiempo y veía que el perrito, al que empece a llamar Pipo, seguía ahí atado a un árbol sin nada donde guarecerse y con unos trozos de pan duro, como único componente de su intermitente dieta.
Aunque me costó, acabé comprendiendo por qué le estaban haciendo eso.
Pipo para sus captores, no era más que una simple herramienta. Una cosa que ladra si se acerca alguien, espantando así a los posibles agresores de otros animales que tienen metidos en cajas para comérselos, o sacarles la leche, huevos, miel, o cualquier otra cosa susceptible de ser parasitada.
Además no usa pilas ni gasolina, no hay que comprarlo en industrias químicas, no daña a los especímenes humanos (si no es necesario), y encima, se auto reproduce. ¡¡Es genial !!
Eso si, hay que echarle pan de vez en cuando.

Un día cayó una repentina nevada y se cubrió todo con un palmo de nieve. Me vino Pipo a la cabeza y recordé que no tenía caseta ni nada por el estilo. Me preparé para salir a la nieve y fui a verle.
Cuando llegué, presencié un espectáculo de los que dejan marca para siempre en el cerebro.
El día era bastante frío y oscuro. Pipo, como era de esperar, estaba donde siempre, atado a su árbol que oscurecía aun más su entorno.
Estaba totalmente empapado y tiritando de frío con el rabo entre las patas, cabizbajo y con las orejas empapadas, pegadas a la cabeza.
La nieve lo había tapado todo. El barrizal que se formó alrededor del árbol en el radio de su corta cadena, sus heces, las pocas piedras donde se podía apoyar en seco, y los mugrientos cachitos de pan.

Tenía al mismo tiempo, un rápido tiritar en el cuerpo por el frío y un lento y potente temblor en las patas por agotamiento. No se tenía de pié, pero la otra opción era tumbarse sobre la nieve.
Estando tan mojado, moriría de frío en poco tiempo tumbado en la nieve. Él parecía saberlo, pero sus patas no le aguantaban mas tiempo, llevaba muchas horas en esa situación.
Se me puso un nudo en la garganta, se me alteró el pulso, y notaba una extraña sensación que no pude identificar. Notaba que me estaba poniendo mal. Era como una violenta mezcla de rabia, impotencia, y vergüenza. No sabia si romper a llorar o ponerme a gritar para quemar esa adrenalina que notaba como me brotaba a borbotones.

Cada minuto que pasaba era un infierno para Pipo, y yo estaba paralizado por la congoja.
Me acerqué con intención de cogerlo, pero vi que a él le daba miedo y se intentaba parapetar entre los tallos de unos arbustos.
Eché a correr hacia mi casa como nunca antes había corrido. Era como si necesitara abrir al máximo todas mis válvulas y poner mi cuerpo al máximo rendimiento para desatascar el tremendo bloqueo que me atrapaba.
Cuando llegue preparé apresuradamente algo para comer, para hacerle entender mis intenciones y tranquilizarle.
Volví con la comida, pero hasta que no me alejé bastante, no se acerco a ella.
Cuando se la comió toda, cosa que hizo en breves segundos, me acerque mostrándole un poco más de comida en la mano. Finalmente me dejo acercarme y tocarle. En ese momento le desaté la maldita y roñosa cadena del cuello, lo cogí en brazos y me lo llevé.

Yo nunca he tenido animales, y no sabía muy bien como manejarme con él. Pensé que lo más urgente era hacerle entrar en calor, y empece por secarlo con una toalla.
Era increíble. Siempre lo había visto de lejos, pero ahora teniéndolo en mi casa entre mis brazos, se apreciaba la magnitud del sufrimiento vivido.
Estaba rebozado en barro, tenia el pelo todo lleno de nudos imposibles de soltar, en su cuerpo habitaban todo tipo de parásitos, tenía algunas garrapatas y pulgas a montones, también algunas heridas de tanto rascarse y zonas sin pelo debido a su lucha con la cadena.
Todo eso a primera vista, pero mirándole a los ojos se apreciaba el mas doloroso de sus males, que era el trato recibido.

Mientras le secaba y apretaba contra mi cuerpo para trasmitirle calor, notaba su potente temblor, y me abordaban unos tremendos sentimientos de culpabilidad.
Necesitaba de alguna manera que ese animalito con cara de no saber que está pasando, me perdonara por haber permitido que llegue a esa situación.
Situación en la que no había caído él solo, sino que unos animales de mi especie le habían forzado a vivir.

El problema no es que Pipo no sabía hablar con los humanos para avisar de su mala situación. Él se expresa a su manera. El problema es que los inteligentes humanos no prestábamos atención a sus mensajes y que algunos aunque hubieran captado claramente la opinión de Pipo, ni se les hubiera pasado por la mente tenerle en consideración.

Así que cuando empezó a calmar su temblor le dije:

Pipo, perdona por no haber hecho caso a tus miradas, sé que es una excusa pobre pero ha habido un problema de comunicación.
A partir de ahora, intentaré entenderte y seré tu interlocutor con los demás humanos.
No creas que yo me entiendo muy bien con ellos, pero les dejaré claro que el que quiera tratar contigo primero tiene que hablar conmigo.


Después de cortarle el pelo para quitarle los nudos, bañarlo y desparasitarlo por dentro y por fuera, empezamos una terapia de comida rica y largos paseos por el monte.

No fue mucho tiempo pero el suficiente para conocerle bien.
Lo primero que descubrí cuando le quite las greñas y lo lavé a fondo fue que Pipo era hembra. Pero como era tan lista y reconoció tan rápido que Pipo era ella, le seguí llamando así.
Poco a poco le fue cambiando la mirada, y empezó a levantar las orejas y a mover la cola.
Nunca se me había ocurrido que me haría amigo de un animal de otra especie, y la verdad es que fue una experiencia única.
Las horas que pasamos juntos sentados en la hierba mirando el paisaje fueron especiales.
A veces me empujaba la mano con el hocico para que le acaricie. Otras veces me miraba y de repente me daba un lametón. Le gustaba sentarse a mi lado con la cabecita sobre mi pierna.
Sin entrar a calibrar su inteligencia, y comprobar si puede aprender cosas o no, lo que notaba con claridad es que ese animalito me estaba dando cariño...
Se veía claramente cuando estaba contenta, entusiasmada, o a gusto. Eso era casi todo el tiempo.
No necesitaba mucho para estar contenta, solo tener comida, andar libre investigando las cosas que hay por el monte, y a veces mi compañía.

Este animal, sin problemas añadidos, era feliz.
La felicidad es lo que busca el humano día a día. Es la meta a perseguir, el fin supremo.
Si Pipo con su inteligencia y sus facultades, conseguía la felicidad tan fácilmente, y a los humanos les cuesta tanto y cuando la consiguen a veces son efímeras rachas, ¿cuál de las dos inteligencias se puede considerar realmente un don?
Los humanos tienen muchísima más capacidad para manipular materiales y para comunicarse y trasmitirse datos, pero ¿son por eso una especie superior?
Entre dos especies, ¿cual es superior? ¿La que más artefactos fabrica, la que más artificialmente realiza sus funciones vitales, o la que consigue vivir en armonía con su entorno y con felicidad y tranquilidad en la mayor parte de su tiempo de vida?

¿Por qué les hacemos esto a los animales? Parece que la inteligencia humana no da de sí como para vivir sin producir dolor gratuito a otros animales. O no da de sí para distinguir un animal de otra especie, de una herramienta de trabajo.
Esa inteligencia que tan superior hace al ser humano respecto al resto de los animales, ¿es en realidad una virtud, o una simple aberración evolutiva?

La ventaja de una mayor inteligencia debería ser, el aporte de seguridad producido por un mayor conocimiento del por qué de las cosas, y una mayor comprensión de los acontecimientos que nos afectan.
Pero en lugar de esto, más bien parece ser una fiera insaciable a la que hay que alimentar constantemente con conocimientos y emociones de los que somos adictos.
Y si no estamos constantemente abasteciendo nuestra inteligencia, puede aparecer el aburrimiento, el tedio, el hastío. Con tal de acabar con él, somos capaces de invertir todos nuestros recursos, hacer sufrir y utilizar a otros animales de cualquier especie, incluida la humana.

También parece que cuanto más fuertes sean las emociones que ofrecemos a la fiera, mas alto queda el listón para las siguientes. Teniendo que recurrir en muchas ocasiones a sensaciones falsas, para lo cual disponemos de un buen número de sustancias tanto naturales como químicas, que engañan a la fiera removiendo los sentidos y los recuerdos haciendo un cóctel a su libre albedrío.

Para las demás especies animales, es una desgracia, esa inteligencia de la que el humano es esclavo.

Pipo, jamas hubiera podido resolver un sudoku, pero mientras yo perdía el tiempo con uno, ella sencillamente estaba ahí. Totalmente ajena al aburrimiento, con la cabecita alta y el hocico en dirección al viento. Captando los distintos mensajes que venían con la suave brisa que movía sus bigotitos. Oyendo a otros animales que aunque nos rodeaban, para mi no existían. Decidiendo a donde va a ir a investigar en cuanto deje de acariciarle.

Dios... qué suerte.


Confío en que su inteligencia alcanzara para comprender que yo también le quise...